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Monumentos y Edificios de interés

ARQUITECTURA CIVIL:

La Casagrande:

4La casa consistorial, llamada también “Casagrande, se construyó en el siglo XVIII por la familia de los Goyena-Jijante, naturales de Murillo el Fruto, pero oriundos de los valles de Salazar y Roncal. El edificio de volumen prismático tiene una extensa planta y consta de planta baja y dos elevadas rematándose con un cimborrio. Recientemente reformada, destaca por su fachada en piedra de sillería con un blasón rococó de alabastro del siglo XVIII, su escalera interior y su fachada sur con arco de dovelas y cinco ventanales rematados en arco. Actualmente, aquí se ubican en el primer cuerpo las escuelas, la farmacia y la cartería; en el segundo, las oficinas del Ayuntamiento, y, en el tercer cuerpo, cuatro viviendas, ahora más o menos utilizadas y reconvertidas en oficinas o archivos.

Casa-Palacio de los Rada:

Los Radas de Murillo el FrutoEsa casa-palacio fue fundada por Juan de Rada en la segunda mitad del siglo XV. En la clave del arco apuntado de la puerta de entrada se empotra un escudo del siglo XVIII con una cruz, escudo de los Rada, y sobre él la inscripción “FUENTE SOY DE LA NOBLEZA/ DE MUCHAS CASAS HONRADA/ Y SOY DE TODOS LOS RADAS/ ORIGEN, TRONCO Y CABEZA”.Sobre ella hay una ventana de arco escarzano con rosca moldurada. Por un lateral se desarrolla un lienzo horizontal de sillarejo articulado por contrafuertes y en uno de sus extremos quedan restos de una torre prismática adosada a otro murete interior de sillarejo donde se localiza un arco de medio punto.

Lavadero:

Antecedentes
Las primeras noticias del deseo de la villa de construir un lavadero son del año 1881. Por problemas económicos no se lleva a cabo y la limpieza de ropa se sigue haciendo, como siempre, en diferentes puntos del término municipal (río Aragón, la Chorrota, las balsas y barrancos cercanos, etc.), lugares con grandes inconvenientes (desplazamientos largos, solares no apropiados, cambios frecuentes en busca de agua limpia, parajes a la intemperie, etc.).
Construcción en 1903
Tras una petición, firmada por gran parte del vecindario, en la que se solicita la construcción de un lavadero, el ayuntamiento, consciente del problema, acuerda en marzo de 1902 encargar al práctico Joaquín Lusarreta los planos de uno, cuyo coste de 2.268,50 pesetas se incluye en el presupuesto municipal del año siguiente.
Anunciada en abril de 1903 la oportuna subasta a pliego cerrado, las obras se adjudican por 1.990,50 pesetas al vecino Cipriano Loidi Alfaro, quien comienza a primeros de junio la excavación, a cielo abierto, en el término municipal de La Tejería.
Allí se construye un edificio de 11 metros de largo, 8 de ancho y 2 de alto, con paredes de mampostería de 0,60 metros de grueso. Por encima de éstas, 6 pilares con piedra de sillería de 1,50 metros de altura sustentan el tejado a dos vertientes.
El depósito de agua, con andenes de un metro de anchura a partir de las paredes exteriores, debería tener 6,10 metros de largo, 3,30 de ancho y una altura total de un metro, con paredes de 0,60 de grosor, pero sale algo más grande que lo proyectado. El fondo de la pila va con losas y las paredes son de mampostería, acabada en sillería labrada con su inclinación para lavar.
Se abastece con agua de la cercana acequia, que, tras pasar por el depósito, desagua en el barranco mediante dos salidas.
De este modo, se considera que pueden lavar bien 18 mujeres, teniendo cada una un metro de sitio.
Concluidas las obras, el lavadero se abre como servicio público a primeros de octubre. En consecuencia, ya no se permite, bajo multa, lavar en otro sitio de la jurisdicción y se prohíbe lavar en él tanto ropas de difuntos y enfermos contagiosos como vientres y demás restos de animales.
Diversas reformas
Desde el principio se observa la necesidad de introducir algunos cambios para su mejor funcionamiento.
Al mes de inaugurado, se coloca una tajadera en la acequia, para retener el agua, y se cambia la tubería de entrada de agua por otra de mayor tamaño.
En marzo de 1905 se proyecta dividir el depósito en dos partes, dar al suelo un desnivel del 8%, hacer una ranura en las losas donde se lava y aumentar el conducto del desagüe; al no estimarse necesarias, estas reformas no se llevan a cabo.
A primeros del año 1910, se acometen las obras definitivas del arreglo y modificación del lavadero. Se levanta el solar del depósito para darle el desnivel suficiente para facilitar su limpieza, que se hace una vez por semana, generalmente los sábados; se construye un canalón alrededor del depósito para recoger los jabones y suciedades; se encuadra el escurridero que queda así bien cubierto; y se pone enlosado en los andenes con una ligera vertiente para que el agua de las ropas, por medio de una regacha pequeña, baje al escurridero.
Aprovechando el edificio y la situación, en 1912 se construye, anexo a la pared norte, un nuevo y necesario matadero, que alberga un pequeño aprisco, una sala de matanza y otra, de almacén de carne.
En abril de 1922 el consistorio considera urgente recomponer el tejado. Se sustituyen 8 puentes y 30 maderos, carcomidos y apolillados, por 4 puentes de dimensiones iguales a los anteriores y otros 4 de medio metro más de largura para, con este vuelo, preservar de las lluvias la tijera exterior del edificio. Además, se colocan 34 maderos de teja vana, 4 más que antes, para el vuelo de los puentes. Las obras las lleva a cabo por 400 pesetas el vecino Alejandro Celayeta Oneca, quien aprovecha las tijeras, tejas y cañizos utilizables.
Uso y abandono
Este servicio público supone una gran comodidad para el vecindario, sobre todo para las mujeres, que, durante la primera mitad del siglo XX, lavan aquí, con agua corriente y a cubierto, tanto las ropas de su propia casa, como, por encargo y a jornal (p´autri), las de otras familias.
La instalación del agua corriente por el pueblo, hacia 1955, implica su paulatino abandono por inútil y obsoleto, aunque se sigue utilizando, durante unos años, por algunas mujeres de casas cercanas.
La techumbre se derrumba hacia el año 1975 y en noviembre de 2008 se tiran los últimos restos del edificio, quedando los desechos del lavadero enterrados y ocultos por la maleza, sin ningún vestigio exterior de su pasado.
Recuperación y puesta en valor
La reforma, realizada a primeros de 2018 por Construcciones Layonda S.L., ha supuesto: alumbrar lo conservado, excavando la zona y limpiando los accesos, los arranques de las paredes y muros existentes, así como la pileta y zona de desagüe; reconstruir la parte perdida o dañada, readecuando y formando los muros de piedra mampostería a las cotas primitivas; colocar el maderamen, el entablado de media cubierta y las tejas árabes necesarias, tras la formación de pilares y asientos de piedra; reacondicionar la pileta y los pasillos interiores; y adecentar y proteger tanto el edificio como el entorno, al dotarlos de luz (dos focos interiores y una farola exterior) y de vallado (para impedir el acceso a la Chorrota).

Pozo del hielo:

Situación
Está situado en el lado este de las afueras del casco urbano, al final de la calle Calvario, encima de un montículo (362 m.) que desciende a la carretera de salida a Carcastillo.
Durante años este pozo del hielo ha estado medio oculto entre la maleza, lleno de materiales de desecho en el exterior y tapada su ventana con plástico y piedras para impedir la entrada en él. Era poco visitado, aunque se conocía su existencia, dado que este paraje se llamaba, y se sigue llamando, con el topónimo Pozo del Hielo.

Estado actual
Las obras realizadas para su recuperación y puesta en valor han posibilitado conocer su forma y dimensiones.
La parte excavada en tierra tiene forma de un cilindro, de 5,10 m de altura y 3,90 m de diámetro, construido con piedras de calidad y bien trabajadas.
La ventana-puerta, por la que se accede al interior, se encuentra orientada al oeste. De aspecto achaflanado, sus medidas interiores son de un metro de ancho por 1,35 m de alto y las exteriores, de 1,30 m de ancho por 1,50 m de alto.
A partir de esta ventana-puerta arranca una bóveda semicircular (capilla o media naranja) de 1,35 m de altura en su parte central, que cubre y cierra el pozo.
En su lado norte se sitúa la ventana de ventilación, cuyas medidas actuales, de 0,30 m de alto por 0,15 m de ancho, han sido recompuestas, ya que, antes de la última reforma, medían 0,60 m de ancho por 0,70 m de alto.
En el exterior se aprecian dos paredes de mampostería en el lado sur, más soleado, y una, en el lado norte, de natural más sombrío, cuyos huecos, de 0,70 m de separación, se encuentran rellenos de tierra, como se supone que estarían originariamente.
Todo el edificio abarca una superficie, sin contar la escollera, de unos 80 metros cuadrados, limitados por un perímetro exterior, de forma ovoide, de 31 metros y medio de contorno.
Primeros datos del pozo (ss. XVII y XVIII)
Se desconoce, de momento, el año exacto de su construcción.
El primer documento, encontrado hasta ahora, que habla de la existencia de un pozo de yelo en Murillo el Fruto data de 1675. En dicho año, don Pedro Esténoz y Lodosa, regidor perpetuo del estado de los hijosdalgo de la villa, solicita del Real y Supremo Consejo del Reino de Navarra, que, como autoridad superior sobre la administración de los propios y rentas de los pueblos, mande que se cobre a los vecinos, para que la hacienda local “no quede defraudada”, los más de cien reales que paga el tesorero de los bienes de la villa por llenar el “pozo de yelo”.
Este trabajo lo realizan los vecinos a concejil o a común, lo mismo que la limpieza de acequias, la composición de caminos o echar piedra en la presa, según un proceso incoado en 1738 y finalizado en 1750. Por estas operaciones, en las que se ocupan dos o tres días, los vecinos no cobran un salario, pues se consideran un servicio a la comunidad, pero reciben el pan y el vino necesarios.
En la razón y memoria, que la villa presenta en el Real Consejo el 1 de marzo de 1750, se especifican las cantidades que se pueden gastar, como máximo, en el pozo de nieve o hielo: 120 reales, poco más o menos, en pan y vino para todos los vecinos durante los dos días y medio o tres que se ocupan en llenar el pozo de nieve o hielo; 40 reales en la persona que reparte el hielo en verano; 8 reales en pan y vino para los que llevan la paja al pozo del hielo, para la “manutención de este”; y 3 reales en la limpia de las balsas del hielo y en encaminarles el agua para que se hiele.
Durante varias décadas del siglo XVIII, los diferentes depositarios anotan con exactitud en los libros de cuentas lo que pagan por estas cuatro operaciones (limpia de balsas, llenado del pozo, entrada de paja y reparto en el verano), a la vez que señalan la cuantía y el precio de las libras de pan y los cántaros y pintas de vino que se gastan durante los días de trabajo en común. Todo ello, para acomodarse a las normas del Real Consejo, que muchos años, al revisar y confirmar dichas cuentas, advierte que no encuentra, en contrapartida, ninguna cantidad en el apartado de ingresos ni por arriendo ni por otro sistema, por lo que considera, por lo visto sin éxito, que las cantidades deben reintegrarse a la villa.
Menos noticias se encuentran de arreglos en el edificio del pozo. En 1748 se encarga al maestro carpintero la construcción de una escalera para sacar el hielo. Más adelante, Jorge Puyal cobra en 1782 por la construcción de “una ventana para el pozo del yelo”, en 1786 por una intervención “en la ventana del pozo de la nieve” y en 1799 “por la ventana en dos medias que hizo para dicho pozo”. Este mismo año, el maestro cantero Juan Félix Celayeta construye con piedra una contra pared de mampostería para la mejor conservación del hielo y el maestro carpintero Domingo Erved, una cerraja de hierro para la ventana del pozo.
En beneficio del Santo Hospital de la villa (a partir de 1832)
La última nota que sobre el pozo del hielo aparece en las cuentas del ramo o expediente de vecinos corresponde a 1819, en que su depositario registra que debe ingresar 168 reales fuertes por el arriendo del pozo del hielo.
A partir de comienzos de los años treinta del siglo XIX, las noticias sobre el pozo del hielo se documentan, sobre todo, en el Libro del Santo Hospital, conservado en el Archivo Municipal. La explicación puede estar en el deseo del Patronato, creado en 1832 con ocasión de la habilitación de una casa para nuevo hospital y compuesto por el alcalde, regidores, vicario y beneficiados, de que, a partir de entonces, sea este organismo benéfico el que se encargue de gestionar el pozo del hielo por medio de un mayordomo o administrador nombrado por dicho Patronato.
Por este motivo, los diferentes administradores del hospital anotan tanto los gastos producidos por los trabajos realizados en la limpieza de las balsas y llenado del pozo (a veces también algún pequeño arreglo, sobre todo en la cerraja de la puerta), como los ingresos provenientes de los arrendamientos anuales.
Condiciones del arriendo del “pozo del yelo” (segunda mitad del siglo XIX)
Según las escrituras de los arriendos de los años 1859 y 1860, el arrendador debe vender hielo a los vecinos de la villa a todas horas, así de día como de noche, al precio de dos maravedíes navarros la libra (equivalente a 375 gramos); tiene la obligación de abastecer con hielo al precio indicado a todos los vecinos hasta el quince de septiembre del año correspondiente bajo su responsabilidad; y puede venderlo fuera de la villa a los precios que quiera y le convenga, siempre que no les falte a los del pueblo hasta la fecha citada.
Como es habitual en todos los arriendos municipales, los rematantes se obligan con sus personas y todos sus bienes, raíces y muebles, y, para mayor seguridad, presentan un vecino como fiador “llano, pagador y cumplidor”.
La misma costumbre se observa en los años posteriores de los que se documenta la existencia de arriendos. Solamente varía la cuantía de los mismos, que depende de si se remata antes del llenado o después, y el precio de venta, que se acomoda a los tiempos.
Proceso de recogida del hielo y llenado del pozo
El empozado o recolección comienza a finales de diciembre o primeros de enero con la recogida del hielo de las balsas de los términos vecinales (balsa de la Primicia o Primendia, S. Andrés, la Magdalena, Larrega, Cascajo, etc.), que previamente se han limpiado y a donde se ha encauzado el agua de lluvia por medio de barranquillos. Si es posible, también se aprovecha la nieve en los días de nevada. Se traslada hasta el pozo lo recogido por medio de caballerías y carros, si es el hielo de las balsas, y con serones, rastras o palas, en el caso de nieve, y se descarga por la ventana de entrada, situada en el lado oeste. Se acomodan las pellas o trozos de hielo en una cama de ramas y hojas (matas secas, sarmientos, juncos, etc.) para que no toquen suelo y cada cierta altura se alternan con una capa de paja, hierbas secas y esparto, aprisionando todo con mazos de madera para endurecer el hielo y compactarlo. Todas las operaciones van a cargo del municipio y están supervisadas por los regidores-encargados (concejales).
Completado el almacenaje, por las dimensiones puede pensarse en una capacidad total como para 50 Tm, la ventana se cierra totalmente. Así permanece hasta que el adjudicatario, hacia finales de junio, comienza a coger hielo según va necesitando, vendiéndolo en su casa, bajo su responsabilidad, al precio, forma, días, etc. conforme a la escritura suscrita con el ayuntamiento.
Usos del hielo
Aparte de su utilización en cafés públicos y casas particulares de la localidad para enfriar las bebidas o para la confección de helados y granizados, se emplea también como un medicamento prescrito por el facultativo-médico a los enfermos, sobre todo del hospital local, como remedio contra diversos procesos febriles (cólera, tifus, escarlatina, etc.), para la detención de hemorragias, como sedante en las congestiones cerebrales y de analgésico en traumatismos de miembros, esguinces y fracturas.
De ahí la importancia de este servicio municipal, tan necesario y benéfico por aquel entonces, tanto para preservar la salud, como para la curación de ciertas enfermedades, y del que se aprovecha todo el vecindario.
Últimos datos (s. XX)
El último arriendo del pozo del hielo se materializa en la temporada 1903-1904. Y la última actuación se realiza en 1906 cuando el consistorio acuerda ensanchar la mesa del pozo (el exterior de la entrada), enlosar todo el terreno que ocupa esta nueva mesa y construir una canaleta para que el agua salga hacia el camino del conducto del pozo.
Se supone que su uso sigue algunos años más; si no, no se comprende las obras referidas en el anterior párrafo.
Este sistema de conservación y venta de hielo para alimentación se prohíbe en toda España por Decreto de Gobernación del 22 de diciembre de 1908, pero, de todas formas, el citado servicio municipal queda obsoleto e innecesario con la elaboración industrial en fábricas que lo producen de inmediato, en cualquier época del año y por toneladas.